sábado, 5 de agosto de 2017

Trece rosas

Hace ya casi ochenta años que la carta de una niña, a punto de ser fusilada, dejo una frase que la historia no ha olvidado, "Que mi nombre no se borre de la historia".

Estoy seguro de que ella no podía imaginar aquella noche la repercusión de su frase y que, del olvido que acompaño a su historia durante muchos años pasaría a ser el grito de indignación en el que se ha convertido. 

Hoy la frase suena a grito reivindicando justicia. Para ella, cuyo nombre no ha caído en el olvido, y para el de los miles de fusilados a los que, cobardemente, como pueblo hemos olvidado.

La historia de las trece rosas  no es una historia de contienda, donde las atrocidades se suceden por el odio que se profesan los enfrentados o por el impulso a matar de un soldado que se ve amenazado de muerte.

La historia de las trece rosas cuenta una historia de venganza. La venganza cruel del vencedor sobre el vencido. Cuenta una historia de crueldad gratuita, la de un psicópata dirigiendo un ejercito de psicópatas. La de miles de  fusilados y torturados, mujeres violadas y rapadas, la de los miles de presos políticos en campo de concentración y trabajo.

Cuenta la historia de un régimen que para perpetuarse en la victoria, falto de argumentos para convencer al pueblo, utiliza el miedo del pueblo para acallarlo. Que eleva a la categoría de prueba suficiente la delación para fusilar o encarcelar.

Cuenta la historia de un pueblo al que se le enseño a temer, al que se acobardó.

Un pueblo al que los esqueletos de inocentes guardados en las cunetas le sigue recordando lo cobarde que sigue siendo.

 

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